La Liguria y la Toscana (Italia).

Tras un viajecito por los lejanos nortes, “en busca del verde”, uno retorna a casa, ni relajado ni sereno. A salto de mata entre ciudades y sitios de interés, uno pierde la noción del tiempo y del espacio, y cuando menos lo espera, urge volver. Cargado de recuerdos, de fotografías (si uno no rompe la memoria donde las guarda…) y con la maleta repleta de ropa sucia, que ésta sí que aumenta. Y así, emprende el camino de regreso al hogar…

Portofino es una pequeña aldea que vive por y para el turismo. “La mamma” custodia una pequeña caja de metal entre sus rugosos dedos. De ella saca un lapicero con el que echa las cuentas de los comensales que han comido en su restaurante. Alarga la temblorosa mano, ofreciéndote con media sonrisa la nota. Tres rebanadas de pan 10 euros, una botella de agua 8, la pizza (otra más en Italia y no la mejor) el doble de lo imaginado. Muy bello Portofino con su mar azul, sus galerías de arte y sus caros restaurantes, pero, ¡yo no vuelvo…!

Génova, un lugar donde perderse, y yo me perdí (literalmente). Al final me encontré y descubrí una preciosa ciudad cargada de patrimonio. Lástima del poco tiempo que te dediqué…

San Remo trepa sobre una colina huyendo del mar. Sabe a risotto y a gelato (que es lo que yo comí, evitando nuevamente las omnipresentes pizzas). Florencia, la encantadora y sorprendente Florencia…
Florencia me debe las zapatillas que me rompió en sus calles y un billete para volver.

En Pisa todo el mundo quiere sujetar la torre inclinada, pero algunos no están muy bien informados que digamos…

Es tal y como uno la imagina, bulliciosa y alegre y con mucho que ver.

A pesar de los túneles, de los coches, de las terroríficas autopistas de peaje, de la dictadura de la pizza y del bochorno volveré a Italia.