En los
meses de invierno, Capbretón (Francia) se vuelve una ciudad vacía y
oscura, como si el tiempo se replegara sobre sí mismo. Las calles, desiertas y
húmedas, resuenan apenas con el eco del viento, mientras el mar rompe una y
otra vez contra la pasarela de madera, golpeándola con una paciencia obstinada.
El faro, solitario, vigila la costa con su luz fría, enfrentando la noche y la
tormenta, único testigo del diálogo interminable entre el océano y la ciudad
que duerme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario