Desde hace semanas las dehesas se han teñido de
los tonos morados, azules y violáceos de la
viborera, Echium vulgare. Son
miles las pequeñas plantas de esta especie, las que tapizan el suelo de cada
una de las lomas, linderos y hondonadas que permanecen sin cultivar.
Recuerdo antiguas conversaciones con pastores en la Mancha, donde me comentaban que solían
chupar las flores a primera hora de la mañana, antes de que los insectos recolectores
de polen entraran en acción, para así saborear su característico dulzor. De ahí,
que otro de sus nombres comunes sea chupamieles.
Y algo de razón debían de tener estas buenas gentes, pues la viborera es una gran productora de néctar, algo que conocen bien
las abejas meleras.
En raras ocasiones, algunas de estas plantas,
presentan una extraña malformación debida a algún tipo de infección como
consecuencia de bacterias, virus, parásitos u otros motivos. Este fenómeno recibe
el nombre de fasciación o crestación, popularmente conocido como “escoba de bruja”. En algunos foros especializados, llegan a
denominarlo como “el cáncer de las
plantas”, aunque en ningún caso produce la muerte del individuo.
Para ilustrar el curioso fenómeno, estas fotografías tomadas hace algunos años en las proximidades del Pantano del Vicario en Ciudad Real, donde podemos apreciar como el tallo de la viborera, normalmente fino y alargado, aquí es desproporcionadamente ancho.