Fue
a finales de agosto cuando el cielo de Málaga
se cubrió de cientos de vencejos
pálidos,
Apus
pallidus,
que aguardaban que el viento amainara para efectuar la decisiva
travesía del Mediterráneo hasta África. Pero el gran salto debió
aplazarse durante algunos días lo que produjo que los vencejos más
débiles se quedaran sin fuerzas e iban cayendo uno tras otro dejando
varios muertos o moribundos sobre el asfalto.
Y así fue que encontré a Dracarys, un ejemplar joven de este mismo año, El estado era francamente malo, había perdido casi todas las fuerzas y estaba a punto de morir. No obstante, decidí intentarlo, y lo llevé a casa.
Un mes más tarde, no con poco esfuerzo, Dracarys retomó su viaje...
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