Tanto en los días de Semana Santa como ahora en
pleno puente de mayo, el Parque Nacional
de las Tablas de Daimiel vive sus horas más felices en cuanto al número de
visitantes se refiere. Son cientos los que recorren los caminos y veredas en
busca de algo de naturaleza. Las empresas organizadoras de rutas ornitológicas y
los guías de naturaleza hacen su agosto, mientras que algunos pequeños comerciantes
intentan abrirse paso vendiendo sus productos artesanales y recuerdos.
Aunque yo, personalmente, sigo echando en falta desde
hace años, por sacar algo de partido a tanto turista, algún café o restaurante
en el propio parque donde los visitantes puedan al menos paliar la sed que
producen estos rigores y tomar si es posible, algún que otro plato típico, que
buena falta hace para la zona la llegada de algún que otro ingreso económico…
Como hacía tiempo que no visitaba el Parque decidimos permanecer hasta la caída de
la noche, esperar la marcha de los últimos turistas y aguardar que los
verdaderos protagonistas del lugar, la fauna, recuperara su escenario natural.
Desde el observatorio el atardecer fue espectacular,
los tonos rojizos tardaron largas horas en diluirse, momento en el que empezaron
a aparecer los primeros martinetes comunes sobrevolando la zona encharcada. De
entre el pastizal un zorro, se mostró desde el primer
momento bastante confiado. Supongo que el animalito se habrá acostumbrado a los
restos de comida que los turistas van dejando aquí y allá. Al comprobar que de
nosotros no obtendría gran cosa, decidió perderse entre el bosquete de tarayes.
Paulatinamente la noche sin luna fue cubriéndolo
todo. A pocos pasos de donde estábamos, los polluelos, ya crecidos de búho chico piaban con insistencia
reclamando la ceba de sus progenitores. A lo lejos el maullido de mochuelos y autillos
perdidos en el laberinto de la noche. Aquí y allá, el crujido de ramas por el
paso de los jabalíes, el chapotear de los
patos, gallinetas y fochas, el croar de centenares de ranas verdes y de san Antonio,
y por todas partes el sonido de miles de grillos, alacranes y mosquitos, que
tampoco faltaron a la cita.
De mañana, volvimos a las Tablas, y nuevamente
estaban atestadas de cientos de turistas por lo que decidimos visitar la
cercana laguna de Navaseca, donde
afortunadamente se concentraban cientos de aves. No faltaron las malvasías, los
flamencos, los zampullines cuellinegros, los tarros blancos o los porrones
europeos, por citarles algunas especies de aves. Aunque lo que más me ha
agradado encontrar ha sido ”el trío de ases de fumareles” que
por allí vuelan aún; el fumarel
cariblanco, el fumarel común y el más raro si cabe fumarel aliblanco.
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