Cuando llegamos a Tanji (Gambia), en la Región Occidental del país, el fuerte olor a pescado impregnaba todo el entorno. En el estrecho laberinto de pasadizos de chapas y basura acumulada encontramos la razón de ese olor, arenques ahumados secándose al sol. El sol y el humo son una técnica ancestral para conservar ciertos alimentos, y es la mejor manera de hacer llegar el pescado a las zonas interiores del país, donde con frecuencia, se acompaña con un poco de arroz blanco.
Al llegar a la playa, todos quedamos impactados por la actividad del lugar. Algunas embarcaciones, parecidas a grandes cayucos decorados con llamativos colores, llegaban repletas de pescado. Centenares de mujeres, niños y adolescentes corren con recipientes varios en los que poder meter una pequeña parte de la captura. Contra todo pronóstico, me sentí invisible, como un personaje invitado que asiste de casualidad a un mundo al que no pertenece. Algo inusual hasta ese momento, nadie habló conmigo, nadie me miro, el interés estaba en otra parte. La escena, acelerada, a mis ojos occidentales, transcurría sin que yo fuera capaz de asimilar todo lo que allí estaba pasando, y como el humo que conservaba el pescado, desaparecimos igual que habíamos entrado…
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