Me
llevaron hasta el Villar de Matacabras, pedanía de Madrigal de las Altas
Torres en Ávila, a observar estrellas, satélites y planetas, pero a
mí lo que verdaderamente me llamó la atención fue el silencio de aquel lugar
solo roto por el ulular de las rapaces nocturnas. Tenía a pocos metros una
impresionante iglesia y un montón de casas venidas abajo. No muy lejos,
ladraban algunos mastines alertados por nuestra presencia.
Según
me contaron, hasta no hace mucho vivieron aquí los dos últimos vecinos, supongo
que en la plaza España ya que era el único lugar donde la última casa se
mantenía en pie. Al día siguiente, con calor de agosto en mayo, recorrí sus
calles, o mejor dicho caminos, y me acerqué hasta la iglesia mudéjar de Nuestra
Señora del Rosario, ahora reconvertida en primillar. Las calles vacías, el
inmenso horizonte sin fin, y sin árboles, llenan el lugar de un profundo
sentimiento de soledad.
He visitado muchos lugares abandonados y esas sensaciones que nombras son comunes y también lo son esas historias acerca de que el último o los últimos no querían partir, historias que dejan su impronta en lo que nosotros vemos como ruinas y que albergaron toda una vida detrás.
ResponderEliminarGracias por mostrarnos este pueblo
Muchas gracias por comentar.
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