lunes, 1 de diciembre de 2014

Mostar (Bosnia).


Sin necesidad de leer guías de viajes, libros de historia o de buscar en internet, nada más llegar a Mostar se percibe que algo extraño sucede en la ciudad. Por un lado, la multitud de edificios destruidos, con claras marcas de artillería y balazos, y por otro, las diferencias sociales y religiosas entre unos barrios y otros. Se diría que estamos en dos ciudades muy distintas. De alguna forma, es como si las antiguas guerras de religiones entre católicos y musulmanes siguieran aún vivas en pleno siglo XXI, aquí, en el seno de la vieja Europa. Y ciertamente, aunque cueste creerlo, mucho de esto aún queda en la maltratada, aunque fotogénica ciudad de Mostar.


Inmensas iglesias visibles desde cualquier punto de la ciudad, grandes cruces en lo alto de cada montaña, y decenas de mezquitas situadas todas de la misma parte de rio, nos hablan de una sociedad dividida años después por una absurda guerra que destruyó esta ciudad. Familia contra familia, vecino contra vecino.

En la actualidad, Mostar intenta recobrar su antiguo esplendor. Se recuperó el viejo puente, las calles aledañas siguiendo los antiguos trazados medievales y se volvieron a reconstruir nuevos edificios siguiendo los modelos de los que antes ocupaban ese lugar. También aparecieron cementerios a un lado y otro del río, como testimonio de lo absurda que puede llegar a ser nuestra especie, una vez más.


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