Mi amigo, el lobo.

Pocas especies incitan más recelos y odios en nuestro país, como el lobo. Por un lado, los ganaderos impotentes, que ven como sus animales son depredados o mutilados. A veces decenas de ovejas o terneros a la vez. Máxime, cuando las ayudas establecidas por parte de la administración, o no llegan, o tardan demasiado.

Por otro lado, la irrefrenable ambición por matar de ciertos cazadores, los buscadores de trofeos, sobre todo aquellos que tienen un alto poder adquisitivo. Aquellos para los que unos cuantos miles de euros menos en sus bolsillos no es nada. Estos no pierden la oportunidad de aumentar sus tristes colecciones de animales disecados, y así poder llenar paredes y más paredes de cabezas y cuerpos llenos de serrín.

Sin embargo, una nueva sensibilidad, basada en el respeto al medio ambiente, parece ir instalándose en las nuevas generaciones, que piden incansablemente una nueva relación entre hombre y el entorno. Mucho menos agresiva, preservando el conjunto de especies como un valor único, que debe ser protegido como patrimonio de todos, y no como el privilegio de solo unos pocos.

Mientras tanto, el lobo desaparece por completo en Andalucía, y se vuelven a organizar batidas y más batidas de caza, en zonas del noroeste peninsular.

Los lobos de las fotografías corresponden al CEA o Centro de Educación Ambiental “La Dehesa” en Riópar (Albacete).