A finales de agosto, el Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, ante los ojos de un profano puede parecer un lugar carente de vida. El agua ha vuelto a descender bastante y la corteza salina ha quedado al descubierto, algunas zonas más parecen un paisaje lunar que un humedal.
Pero nada más lejos de la realidad, la evaporación de muchas charcas deja al descubierto los cangrejos y pececillos que hasta ahora parecían inalcanzables. Un suculento botín para no pocos depredadores, que llegan hasta aquí desde lugares distantes.
Grandes grupos de cigüeñas blancas dan vueltas en lo alto a la búsqueda de las corrientes de aire que las encaminen a África. Tras ellas, un pequeño grupo de cigüeñas negras, sigue la misma estela. Algunos moritos, garcetas grandes y martinetes, ajenos al trasiego de las aves migratorias, rebuscan entre las orillas de las tablas más apartadas. Mientras tanto, una hembra de malvasía intenta sacar su segunda nidada antes de la llegada del otoño…
Pero nada más lejos de la realidad, la evaporación de muchas charcas deja al descubierto los cangrejos y pececillos que hasta ahora parecían inalcanzables. Un suculento botín para no pocos depredadores, que llegan hasta aquí desde lugares distantes.
Grandes grupos de cigüeñas blancas dan vueltas en lo alto a la búsqueda de las corrientes de aire que las encaminen a África. Tras ellas, un pequeño grupo de cigüeñas negras, sigue la misma estela. Algunos moritos, garcetas grandes y martinetes, ajenos al trasiego de las aves migratorias, rebuscan entre las orillas de las tablas más apartadas. Mientras tanto, una hembra de malvasía intenta sacar su segunda nidada antes de la llegada del otoño…