Visité el Zoológico de Barcelona este pasado verano del 2010. Está situado en el centro mismo de la ciudad, dentro del Parque de la Ciudadela. Recuerdo que eran muchas las expectativas que tenía de este lugar. Esperaba un parque modélico donde los espacios necesarios de las distintas especies fuesen respetados y se hubiera encontrado un justo equilibrio entre investigación, conservación, educación y exhibición. Pues nada de nada. El lugar es más triste aún que cualquiera de los otros zoológicos que he visitado. Nada acorde con el espíritu de una ciudad como Barcelona, que hace gala de modernidad, sensibilidad y tolerancia.
El principal problema es sin duda la falta de espacio. Los animales están totalmente hacinados, demasiadas jaulas, alambradas y barrotes que dan un aspecto anacrónico y que conjugan mucho más con el ideario de los zoológicos de finales del XIX que con la sensibilidad y conciencia ecológica de nuestro tiempo.
Una pasarela de cemento y hormigón recorre el zoológico, lo que permite una visión bastante completa del lugar. Los grandes animales; como rinocerontes, jirafas, hipopótamos o elefantes se encuentran bajo o próximos a esta estructura. Ninguna de estas especies tiene el espacio mínimo requerido, sin lugar a dudas, toda esta parte central recuerda mucho más a una granja de vacas estabuladas que a las praderas abiertas de la sabana africana.
Entre todos estos grandes animales a los que hacíamos mención, la elefanta Susi representa y levanta, más que ningún otro, el sentir y las críticas de no pocos ciudadanos que visitan estas instalaciones. En el tiempo que allí estuve permaneció inmóvil, repitiendo movimientos mecánicos como la autómata que se ha convertido tras los largos años que allí permanece recluida. Susi ha sido objeto de distintas campañas que pretendían su liberación o el traslado a condiciones más favorables, y que finalmente, tuvieron el efecto contrario; pues en lugar de sacarla de este lugar tan triste y ruin, se hizo traer una nueva compañera. El resultado final es que en lugar de solucionar el problema se multiplicó por dos.
Susi quizá es la abanderada del resto de especies que allí se encuentran, pero no es el único caso que levanta tristeza en lugar de la ilusión que cabría esperar. Una loba vieja y solitaria recorre las mismas instalaciones desde hace años. Los pingüinos ocupan un lugar minúsculo y abrasado por el sol del Mediterráneo. Los lémures aún permanecen encerrados en pequeñas jaulas, cuando en la mayoría de los zoológicos modernos están sueltos. El lugar donde se encuentran el mayor número de réptiles, es un gran pasillo con cristaleras a los lados, allí el griterío es ensordecedor, vi incluso, como algunos visitantes golpeaban las vitrinas y que con frecuencia se utilizaba flash. Y por último, el espacio dedicado a las aves autóctonas (espátulas, cigüeñas negras o moritos) es como un corral de gallinas, que acuden cuando se las llama al grito de: “pitas, pitas…”
Aunque lo intento, sigo sin encontrar motivos, ni razones, para la existencia en estos términos de los zoológicos actuales. Finalmente, por ser justos con este establecimiento, hubo algunos aspectos que me parecieron positivos: Los carteles informativos, como los dedicados al gorila blanco, ya muerto, Copito de Nieve, también la posibilidad de ver en directo como los cuidadores preparaban la comida de algunos de los animales, y sobre todo el proyecto dedicado a la recuperación del Alcaudón chico.
El principal problema es sin duda la falta de espacio. Los animales están totalmente hacinados, demasiadas jaulas, alambradas y barrotes que dan un aspecto anacrónico y que conjugan mucho más con el ideario de los zoológicos de finales del XIX que con la sensibilidad y conciencia ecológica de nuestro tiempo.
Una pasarela de cemento y hormigón recorre el zoológico, lo que permite una visión bastante completa del lugar. Los grandes animales; como rinocerontes, jirafas, hipopótamos o elefantes se encuentran bajo o próximos a esta estructura. Ninguna de estas especies tiene el espacio mínimo requerido, sin lugar a dudas, toda esta parte central recuerda mucho más a una granja de vacas estabuladas que a las praderas abiertas de la sabana africana.
Entre todos estos grandes animales a los que hacíamos mención, la elefanta Susi representa y levanta, más que ningún otro, el sentir y las críticas de no pocos ciudadanos que visitan estas instalaciones. En el tiempo que allí estuve permaneció inmóvil, repitiendo movimientos mecánicos como la autómata que se ha convertido tras los largos años que allí permanece recluida. Susi ha sido objeto de distintas campañas que pretendían su liberación o el traslado a condiciones más favorables, y que finalmente, tuvieron el efecto contrario; pues en lugar de sacarla de este lugar tan triste y ruin, se hizo traer una nueva compañera. El resultado final es que en lugar de solucionar el problema se multiplicó por dos.
Susi quizá es la abanderada del resto de especies que allí se encuentran, pero no es el único caso que levanta tristeza en lugar de la ilusión que cabría esperar. Una loba vieja y solitaria recorre las mismas instalaciones desde hace años. Los pingüinos ocupan un lugar minúsculo y abrasado por el sol del Mediterráneo. Los lémures aún permanecen encerrados en pequeñas jaulas, cuando en la mayoría de los zoológicos modernos están sueltos. El lugar donde se encuentran el mayor número de réptiles, es un gran pasillo con cristaleras a los lados, allí el griterío es ensordecedor, vi incluso, como algunos visitantes golpeaban las vitrinas y que con frecuencia se utilizaba flash. Y por último, el espacio dedicado a las aves autóctonas (espátulas, cigüeñas negras o moritos) es como un corral de gallinas, que acuden cuando se las llama al grito de: “pitas, pitas…”
Aunque lo intento, sigo sin encontrar motivos, ni razones, para la existencia en estos términos de los zoológicos actuales. Finalmente, por ser justos con este establecimiento, hubo algunos aspectos que me parecieron positivos: Los carteles informativos, como los dedicados al gorila blanco, ya muerto, Copito de Nieve, también la posibilidad de ver en directo como los cuidadores preparaban la comida de algunos de los animales, y sobre todo el proyecto dedicado a la recuperación del Alcaudón chico.